Cuando se habla de fútbol, hay tres tipos de personas: Los que “No, jamás, qué cosa más absurda”. Los que “ni fu ni fa”. Y los que siguen a su equipo allá donde vaya.
En Rincón hay de los tres tipos de personas, pero el año pasado, todos fuimos el tipo de persona número 3. “No desde el principio” admitirán muchos, y se quejarán otros. Pero lo cierto es que conforme avanzaba en la temporada, la afición del River se volcaba con sus chavales en la misma medida en la que ellos lo hacían en el campo.
El River Ebro vivió el año pasado su temporada soñada y fue sin duda el resultado de una suma de muchos factores. Vestuario, directiva y afición. Ninguno de ellos por sí solo habría sido capaz de lograr lo que el año pasado se consiguió en el San Miguel. Cuando comenzó la temporada la directiva y el cuerpo técnico, capitaneado por Parri, se propusieron dos objetivos claros: traer de vuelta a todos los jugadores de Rincón que competían en otros equipos y volver a ilusionar a la afición.
Volvieron a casa Yerai y Guti del Alfaro, Alberto Niño de la SDL y Albert del Náxara. Junto con el fichaje de Luis, el único que nunca había jugado en Rincón, el equipo estaba hecho y con ganas de empezar.
Los primeros cuatro partidos se tradujeron en 12 puntos y lo que parecía una buena racha se convirtió en una tónica habitual durante toda la primera vuelta. Hubo importantes puntos de inflexión durante las primeras jornadas, como la victoria en casa de los de Varea, la victoria contra el Alfaro o el 0-1 contra el Haro que, a pesar de ser derrota, dejó un muy buen sabor de boca a los de Rincón que vieron que el River había sido muy superior y presentaba un mejor juego que los jarreros. Hubo también malos momentos, como la derrota por 5-2 contra la UDL o frente al Náxara en el fortín de la Salera. Pero durante la primera parte de la temporada el River vivió grandes victorias, apenas ningún empate y muy pocas derrotas. Pero esto no era lo más importante. La clave de estos buenos resultados era la calidad del equipo, el engranaje perfecto que habían formado y la presentación de un juego de calidad, marcado por el toque y el control y el gran acierto en portería.
El último partido de esta primera vuelta se vivió en la Rioja Alta, con un desplazamiento duro que enfrentaba al Anguiano (5º) con el River (6º). La victoria allí supuso para los nuestros subir de nuevo a la cuarta posición y comenzar a pensar que sí, que era posible pelear por el Play Off. Menudo regalo de Reyes.
La segunda vuelta del River fue quizá menos goleadora, con victorias más discretas, pero también con derrotas menos dolorosas. Con muchos partidos ganados en los últimos minutos, como el del Arnedo, el del Calasancio o el de la Calzada, pero también con un estilo de juego muy marcado: toque, calidad, bajar el balón al suelo y no quemar en las botas. Los grandes hitos de la segunda vuelta los marcaron los partidos contra el Náxara, con victoria por la mínima pero merecida en el San Miguel o el empate con sabor a victoria en casa de los de Haro, ya entonces líder indiscutible de la categoría.
Mientras todo esto ocurría dentro del verde, fuera del terreno de juego se estaba cumpliendo el segundo objetivo marcado: volver a enganchar a una afición siempre latente, pero que necesitaba alegrías e ilusión para volver a llenar el campo.
La afición se volcó de lleno y de manera espontánea se organizaron charangas para subir al campo, comidas de hermandad previas a los partidos, batukadas recorriendo los bares. Las banderas y las bengalas cubrieron el campo durante los últimos meses y el rojo era el color más vestido en las gradas del San Miguel. Los de Parri tenían enganchados a todo el pueblo y el entusiasmo por el club se contagiaba.
El River se mantenía en las primeras posiciones de la tabla, hablando de tú a tú a grandes de la tercera riojana y lo estaba haciendo con jugadores y un cuerpo técnico 100% rinconeros. Chavales que habían crecido en las categorías inferiores del River y que junto a Parri, habían sentido siempre los colores del club. Ahí estaba la magia. Esa era la gran hazaña.
Llegó la última jornada y el cuarto puesto tenía dos posibles candidatos: la UDL Promesas, y el River Ebro. Ambos tenían el mismo número de puntos (75), pero el golaveraje favorecía a los de Logroño, así que el River necesitaba ganar al Anguiano y que la UDL empatara o perdiera contra el Calasancio. El River venció por 3 goles a 0, pero la afición no sólo estaba atenta al partido del San Miguel, sino que, móvil en mano, seguían el resultado de los logroñeses.
Por eso, al final del partido, hubo una ovación callada en la grada y lágrimas en el verde. La UDL había vencido por 1-4 y se hacía con la plaza para disputar el ascenso a 2ªB.
Los jugadores se unieron en piña y la afición continuó aplaudiendo durante varios minutos. A partir de ahí, todo fueron emociones. Quizá esto sea complicado explicar a alguien que no lo vivió y piensa en lo desmedido que es todo en el mundo del fútbol, pero quien disfrutó durante cada jornada del juego de los de Parri y sufrió con ellos sus derrotas, sabe lo importante que fue este partido para el club. Se merecían hacerse con el premio del Play Off y habían peleado como nadie para conseguirlo, pero el fútbol es así, a veces injusto y caprichoso.
La afición saltó al terreno de juego para aplaudir al equipo, les hicieron pasillo, los abrazaron, los vitorearon y metieron a hombros a Parri en su vestuario, pieza clave en esta temporada mágica para el River.
Tras los primeros momentos de rabia y tristeza, llegó luego la alegría por haber llegado hasta ahí. La afición se desplazó del San Miguel al Tótem y empezó una fiesta que se alargó hasta bien entrada la noche. El equipo estaba feliz con todo lo conseguido. El River había hecho historia.
Se superaron con creces los objetivos marcados para ese año. El River durmió en puesto de Play Off 21 de las 38 jornadas que tiene la liga, fue durante muchas jornadas el equipo más goleador y vivió cada partido de los últimos meses como si fuera una auténtica final.
Lograr la cuarta plaza habría sido un sueño hecho realidad, pero la realidad es que el River vivió durante meses un sueño que quizá ni imaginaba.
¡Gracias chicos! ¡Gracias Parri!